Cristina Matta, 24 de Octubre de 2007
"PALABRAS PARA LEONARDO"
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PREMIO A LA EXCELENCIA, a LEONARDO GOTLEYB, otorgado por el HONORABLE SENADO DE LA NACION ARGENTINA. Vicepresidenta Primera, Doctora Miriam Belen Curletti.
 
En la camioneta de la mueblería de su viejo, como a los saltos y riendo. Esa  es la imagen más lejana en el tiempo que guardo del muchacho Leonardo Gotleyb.
 
Por esos días se animaba al teatro y sus manos concebían unas formas surgidas de hilos de colores que se entrecruzaban prendidos a clavos sobre un plato de madera.
 
Después, la partida hacia Buenos Aires.
 
Datos aislados aterrizaban sobre su tarea-- y avatares --como escenógrafo de Canal 9 y sus estudios en los institutos superiores de Bellas Artes. Allí, el punto de despegue de Leonardo Gotleyb en una carrera plástica que no dejó de trazar nunca una línea de ascenso.
 
En ese hacer, ocurrió su opción indeclinable por el grabado y, en un giro más, la xilografía.
 
En la matriz de madera ahondó la gubia en el devaste, la perfeccionó y superó sus propias marcas.
 
Recuerdo aquí la serie de los mitos, la de los animales y, desde hace más de una larga década, sus estructuras urbanas – en blanco y negro--a las que fue incorporando instalaciones, objetos, intervenciones, transparencias y colores.
 
A través de esa cuantiosa producción, los premios, reconocimientos y distinciones llegaron uno detrás de otro. Con más valor aún, cuando sus grabados logran imponerse entre miles, en la elección de jurados internacionales a quienes un nombre puede decir nada o muy poco.
 
Ya no me sorprende cuando desde el otro lado del teléfono la voz de Leo me trae buenas nuevas: "Gané el primer premio en Eslovenia, tengo que ir a Polonia por el premio mayor, estoy seleccionado en Corea, o soy jurado en Macedonia…" De paso, con su humor de siempre, "Y decime, ¿no tenés un novio en Grecia porque ahí me quedo unos días?". (No les cuento  lo que sigue porque en nuestras inacabables complicidades, si hablo de Leo también me pongo a descubierto).
 
Así, de a poco, me voy acercando a ese Leo al que deseo mostrarles como si un corte en el pecho lo dejara corazón a cielo abierto.
 
En lo profesional, sobresalen en él, una tenacidad y una constancia que no retroceden jamás; muy por el contrario, sólo tendrán tregua cuando el objetivo haya sido alcanzado. De ese modo, Leo se convirtió – desde hace mucho y cuando era poco habitual—en el más convencido difusor y promotor de su obra. Creer en ella y ponerle ferviente pasión fueron la clave de cada logro conquistado. ¡No quieran ponerse en el medio: es arrollador!
 
Leo es omnipresente: por caso, apariciones en Canal A, en diarios de Bs.As., en una edición de homenaje a Maradona, en una revista que las aerolíneas entregan en vuelo, en publicaciones especializadas, en múltiples exposiciones  simultáneas, sea Chile, España y Mendoza. En la gestión cultural de Fundación Andreani, en la actividad docente o en la creación, en el presente, de su propio espacio en la vieja y bella casona de La Boca. Y no digo más porque sería inagotable.
 
Me pregunté muchas veces al verlo en su taller y con su prensa, cómo concilia esa labor de sabia paciencia, morosa y laboriosa, de absoluta precisión sobre los tacos de madera, con su natural condición de hiperactivo.
 
Lo que sí está a la vista, es la construcción de una imagen fuerte,  rotunda, que cierra sólidamente el concepto. Parados frente a sus trabajos, no queda margen para la duda: "*Es un Gotleyb*, decimos*.* Es el mérito mayor y qué más puede pedir un artista: su obra lo refiere, lo nombra sin más.
 
Pero me sigo aproximando a Leonardo y abrazo al amigo. El de tantas lealtades y las manos generosas. Veo a Leo conduciéndome a Ezeiza en alguna despedida, en una charla de Giula Kosice en el Malba, en el Museo Picasso de París,  en la celebración de una Pascua Judía cuando cocinamos y leímos textos juntos, o acompañándolo --muy temprano, con mate y en la cocina de su casa-- a preparar su lección de inglés. Y lo veo llegar, apresurado, a buscarme al hospital o con el remedio que nadie podía encontrar.
 
En este contemplarlo, me regocijo en su costado humano más entrañable: su condición de *niño eterno* metido en este cuerpo grandote.
 
Leo levantó un mundo para vivir, gozoso, una niñez sin fin. Quien no lo conozca en el trato cotidiano tal vez no sepa de su placer por las travesuras, sus carcajadas vibrantes, sus juegos y los imposibles a los que apuesta y en los que cree. Ese *hombre-niño* es lo mejor a compartir con este Leo que, de repente esta noche, se pone serio, se emociona  y es feliz en su tierra que lo homenajea con la querida "idishe mame" Regina, sentada en el  auditorio.
 
Es probable que en ese niño esté la fuente de esa enorme obra sentida, concebida y erigida. Columpiate Leo en los hierros de tus paisajes urbanos, hacé equilibrio en esos perfiles  suspendidos y jugá a las escondidas detrás de los tramados, porque ahí me encanta descubrirte.
 
Comparto un brevísimo parlamento de la obra *Stéfano*, de Armando Discépolo, que inauguró el género del grotesco en el teatro argentino.
 
Stéfano, el músico inmigrante quebrado por el fracaso, habla con su único y afectuoso interlocutor, Radamés, el hijo disminuido mental, que comenta a su padre un sueño de visiones increíbles.
 
"¿En qué mundo vives, hijo?", *pregunta Stéfano*.
 
"En el suyo, papá", * dice un seguro Radamés.*
 
Se me ocurre dar vueltas las palabras y seguir con los sueños. Cuando nos demandes, *¿En qué mundo viven?,* deseo que seamos muchos los que podamos responderte, *"En el tuyo, querido Leo".
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